Cuba, los que nunca echaron balones fuera
Internacional

Cuba: los que nunca echaron balones fuera

Siempre hemos recelado de los intentos por rescatar a un Marx sin –ismos, pero mucho más deplorable es sacarse de la chistera unos –ismos sin Marx. En estos días, asistimos al espectáculo obsceno de quienes, no contentos con desmarcarse de Venezuela, se desmarcan ahora también de la Revolución Cubana. Era predecible que quienes nunca entendieron la diferencia entre antiimperialismo y socialismo dieran un paso más allá y que finalmente, partiendo de apriorismos ideológicos que avergonzarían al genio de Tréveris, dejaran como un aficionado al hidalgo manchego al ver los gigantes de la revolución donde solo están los molinos de la contrarrevolución más abyecta.

Es costumbre conocida entre tanto “militante antiburocrático” ir a manifestaciones, hacerse una foto y venderles a sus compañeros de otros territorios la fantasía de que las convocaron ellos. Lo sabemos de toda la vida. Pero no esperábamos que, cayendo en tan peculiar espiral, llegaran al extremo de sostener que, porque uno de sus “camaradas” haya asistido a las marchas protagonizadas por algo tan poco edificante como el Movimiento San Isidro cubano-miamense, esas marchas se vean transformadas alquímicamente en la lucha por “un socialismo más puro”.

Medir las fuerzas reales en curso; situarse con respecto a ellas. No lo entendieron en Libia, ni lo entendieron en Siria y tampoco en Ucrania, Bielorrusia, Venezuela o Hong Kong. Pero había un marxista dentro de ellos peleando por salir; solo necesitaban un caso más claro y, afortunados ellos, se formó la gozadera y la USAID “se lo confirmó”, en este verano pandémico tan difícil para una isla sitiada y bloqueada no precisamente por ser la más “capitalista” del mundo… sino por su rebeldía. Aunque ¿cómo remontar la cuesta, cuando a una inercia ideológica equivocada se le suma la incapacidad para objetivarse en cuanto el gris de los libros se transforma en el verde de la realidad?

Y es que, sí, en ocasiones es necesario objetivarse. Somos gente con libros e ideales que sabe que, si no nos dejan ser del todo coherentes, al menos podemos ser estratégicos. Al menos podemos vincular nuestro trabajo de hormiguita con una proyección más ambiciosa. Y es justo por ello que no desfallecemos. Ni libros sin ideales, ni ideales sin libros.

¿Acaso no fue Marx el que habló de la revolución como un acto de los países más desarrollados? ¿Acaso no matizó Lenin que la cadena del imperialismo se rompe siempre por el eslabón más débil? ¿Por qué entonces ese desprecio de la teoría, ese ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, ese pedante maximalismo… pero solo para lo ajeno, que se dedica a ponerle la lupa y buscarle “insuficiencias” a cada proceso de liberación que se protagoniza en el tercer mundo?

Maximalismo para Cuba, pero “comprender las circunstancias” ante el nulo trabajo que hemos desarrollado nosotros aquí para tomar el poder como hicieron ellos o, al menos, para liberar la presión que el centro imperial ejerce sobre ellos, sobre la periferia. Presión que explica, al menos en un 99%, que en la isla hayan tenido que aceptar los malditos hoteles extranjeros u otras medidas liberalizadoras que no casan con los manuales. ¿O acaso no explican esos manuales que la economía mundial está interconectada y completamente feudalizada por los grandes bancos y emporios del norte global? ¿Qué hacemos nosotros por aliviar esa presión, para que Cuba tenga más margen de maniobra y construya “el socialismo perfecto”?

Es más, ¿en qué página de los manuales se recomienda que utilicemos nuestra fibra óptica primermundista para darle lecciones desde Facebook o Twitter al pueblo más heroico de nuestros tiempos? Lo preguntamos para arrancarla, como en El club de los poetas muertos. Porque algo sí que sabemos: que ellos se jugaron el pellejo en Sierra Maestra. Que han resistido como jabatos durante 60 años. Que no echaron balones fuera, como hacemos constantemente nosotros. En el reparto de tareas internacionales, en el que a ellos les tocó tanto esfuerzo, ¿qué parte nos toca a nosotros, aparte de criticarlos desde el sofá? ¿Acaso esta gente cree que, si alguna vez en algún punto del globo se dignan a tomar el poder y tratan de construir el socialismo, la oligarquía financiera internacional no va actuar contra ellos con igual o mayor contundencia que en Venezuela, Nicaragua, Vietnam o el Chile de Allende? ¿Esperan una revolución por consenso, sin decisiones difíciles, elegante y apacible como ofrecer un banquete? ¿No les suena de nada el bloqueo, la Operación Cóndor o la Matanza de Mỹ Lai? Sería al encontrarse con los abuelos de tan preclaras mentes cuando a Martí se le ocurrió aquello de: “Si no luchas, al menos ten la decencia de respetar a quien sí lo hace”.

No seamos como el alumno pedante que, mirando su 3 y envidioso de quien en el pupitre de al lado tiene un 9, hace la niñería de sacarle la lengua. En lugar de facilitar las maniobras de Miami, la USAID y el Movimiento San Isidro por la rabieta más irresponsable e infantil de nuestro desbocado ideologicismo, debilitando la solidaridad hacia uno de los pocos países de la periferia donde el pueblo ha conseguido arrebatarle el poder a una oligarquía parapetada tras los sangrientos cañones de la United States Army, podríamos organizar esa solidaridad y hacerla subir de nivel. Porque el socialismo no podrá llegar a más en una aislada Cuba, de momento. No es desde luego poco lo que ha conseguido, como sabemos por infinidad de indicadores sociales y –ya en la coyuntura más actual- por ese histórico esfuerzo sanitario que les ha llevado, incluso, a producir vacunas autóctonas y eficaces. Pero no es tanto como podríamos conseguir si nos preocupáramos por hacer la revolución -o por, al menos, iniciar un proceso con tal vocación- aquí, en el Occidente desarrollado e industrializado que, además, controla las finanzas a nivel internacional; acabando así, de una vez por todas, con la Hemls-Burton y con todos los bloqueos imperiales. Los cubanos abrieron el camino y llegaron mucho más lejos de lo que era esperable, pero el siguiente peldaño nos toca a nosotros. Basta de echar balones fuera.

Manuel Navarrete – Red Roja Sevilla

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