privatizar la educación y colectivizar el pedagogismo
Análisis y Actualidad

La estrategia del capital: privatizar la educación y colectivizar el pedagogismo… con el aplauso de la “izquierda”

La desorientación ideológica de la izquierda realmente existente se manifiesta con especial saña en el terreno educativo. Así, desde la Estrategia de Lisboa (año 2000), la UE viene decretando un “cambio estructural” en materia educativa, que se viene disfrazando con una asfixiante jerga pedagógica que, no por casualidad, tiende a ponerse maquillaje con la mano izquierda. ¿Hasta cuándo les seguirá funcionando esta piel de cordero?

Son, de hecho, los gobiernos como el actual de PSOE y Sumar, supuestamente izquierdosos, quienes con mayor entusiasmo enarbolan la bandera de los nuevos “bálsamos de Fierabrás” educativos. Y no es desde luego casualidad que el turbocapitalismo pedagógico haya adoptado dicho barniz “progre”, de cara a un colectivo bastante politizado y antaño de izquierdas, como fue el colectivo docente, tan duramente reprimido tras nuestra República. Lamentablemente, dicho colectivo también ha sido desarmado ideológicamente por sus presuntos representantes. Y así, aunque entregarle el Ministerio de Educación a la seudociencia pedagógica es el equivalente a entregarle el de Sanidad a la homeopatía, casi toda izquierda (empezando por sus sindicatos docentes) ha caído gustosamente en la trampa de considerar que la LOMLOE “corrige a la LOMCE”, cuando supone, de hecho, la plena continuidad de la misma (y de una serie de estrategias mucho más antiguas y profundas).

Pero empecemos por el principio. ¿Qué pretenden los poderes fácticos? ¿Acaso privatizar la totalidad de la educación? No. Pretenden que haya dos educaciones: una para la clase dominante y otra para el “populacho abyecto”. Que es exactamente lo mismo que pretenden en materia de sanidad: privatizan la atención primaria, muy rentable, pero “estatalizan” las pruebas médicas caras o el tratamiento de enfermedades graves. Todo un ejemplo de “genio empresarial”, consentido – cuando no auspiciado-  por nuestras democráticas instituciones.

En el caso educativo, los centros concertados y privados (y lo crucial aquí no es que sean religiosos) mantienen estándares educativos altos. En ellos, la regulación de la inspección educativa es muy laxa o casi inexistente. Siguen haciendo exámenes, mandando “deberes escolares” y estudiando a base de “apuntes amarillos”, con una disciplina netamente tradicional. En cambio, en la educación pública (cada vez más hacinada en barrios humildes o zonas rurales donde “no hay negocio”), nos imponen el “unicornio azul” de las nuevas pedagogías (no olvidar decirlo en plural) posmodernas.

Naturalmente, los centros concertados no son “de élite” como los privados. Pero por cada centro concertado en un barrio popular, existen cinco en una zona más adinerada; y este proceso de polarización, aún no culminado, se continúa acelerando. En los últimos años, los concertados han encontrado un nicho de negocio en la Formación Profesional (que cada vez más jóvenes trabajadores escogen, ante el encarecimiento de la Universidad). A menudo los concertados se convierten en centros- refugio para la “clase media aspiracional”, para los sectores intermedios o para obreros que (comprensiblemente) quieren que sus hijos escapen del ghetto en que están convirtiendo a la pública. Esta “guetificación”, naturalmente, no se daría si los hijos de los empresarios o de sus títeres políticos tuvieran que ir a la escuela pública. De ahí que la reivindicación de un solo sistema educativo, íntegramente público, sea un punto central e inaplazable para nosotros.

En cuanto al invento de la pedagogía “progresista”, y no hay nada inocente en el hecho de que se implemente, se orquesta invariable y dogmáticamente a espaldas de la comunidad educativa y de su propia experiencia docente; comunidad que es silenciada en cuanto denuncia, por ahora tímidamente, que semejante insensatez solo nos llevará a nuevos récords de ignorancia en cualquier prueba objetiva (y lo de menos, en el marco de esta argumentación, es que luego el Informe Pisa se emplee, naturalmente, de forma torticera).

Seguramente la “nueva pedagogía” ganó el casting porque, como ya hemos adelantado, dada su cháchara izquierdista, podía convencer fácilmente al mundillo docente, antaño realmente progresista y hoy meramente “progre”. Pervirtió así un caudal conceptual interesante (competencias, aprender a aprender, etc.) que algunos pedagogos habían acuñado meritoriamente para enfrentarse a la educación tradicional, excesivamente memorística y con serias carencias. No es la intención de este texto reafirmar la educación tradicional, sino superarla. Y si la negación de la pedagogía conservadora fue esta pedagogía liberal, a nosotros nos toca construir la negación de la negación: una educación para culturizar a las masas, con rumbo a la transformación social. Por ahora, la pedagogía posmoderna para los centros privados y concertados: en la pública, queremos una educación seria, científica y de calidad.

Pero ¿qué hay detrás de tanta teoría farragosa? En pocas palabras, la nueva pedagogía ya no tiene contenidos, sino lo que ellos llaman “competencias básicas” para la masa de obreros precarios. Ya no tiene libros, sino dispositivos electrónicos (plagados de videojuegos, alienación y distracciones; y cuya venta es, por cierto, otro negocio de lo más oportuno). Ya no tiene docentes enseñando su materia, sino “flipped classroom”. Pretenden sustituir la dotación (decreciente) de recursos por una metodología milagrosa. Así, las elevadas ratios de alumnos por clase, que impiden un verdadero control del aula, no son un problema para ellos: si algo se enseña “por proyectos” o jugando, los alumnos aprenden más que si se pasaran un año entero estudiando. Claro que sí. ¿Y por qué los opositores a jueces, notarios o registradores de la propiedad (o los propios docentes) no estudian sus oposiciones “por proyectos” o haciendo “flipped clasroom”?

Sigamos. ¿Cómo interpreta la pedagogía oficial que, hoy en día, solo haya que “aprender a aprender”? Muy sencillo: que el alumnado busque la información en Google o el Chat GPT. Solucionado. Como si la experiencia de la pandemia no hubiera demostrado que, por desgracia, sin un docente explicando cara a cara, los alumnos no pueden entender ni lo que les están preguntando. Como si no se hubiera demostrado sobradamente que su supuesta cualidad de “nativos digitales” es solo en lo que respecta, por ejemplo, a los videojuegos; pero que en el terreno cultural o de contraste de la información pretenden convertirlos, de hecho, en analfabetos digitales.

El quid de la cuestión es que el criterio no puede buscarse por Google como si fuera “un dato más”. El criterio solo puede aprenderse a base de estudiar mucho y tras un arduo esfuerzo, que en todo caso debe desdramatizarse: ¿de verdad los hijos de la clase dominante, que son los que más han estudiado desde la Antigüedad, salieron traumatizados por ello? La realidad es que, solo tras ese esfuerzo, Internet se convierte en una herramienta útil e incluso poderosa. Ahora bien, si no se cuenta con una cultura previa, con un contexto, con un criterio que ayude a seleccionar fuentes, Internet es solo un campo de minas plagado de bulos y desinformación, en el que los chavales, sin ser culpa de ellos, caerán una y otra vez. Como de hecho sucedió durante la pandemia, y como cada día está pasando: hoy día se paga a servicios informáticos por mejorar el posicionamiento en los buscadores de Internet. Por algo la extrema derecha está copando las redes.

Volviendo al tema que os ocupa, las nuevas pedagogías no son más que un caballo de Troya, una máscara “amable” o incluso “progresista” del pensamiento más reaccionario y liberal en materia de educación: ese que quiere crear una educación de primera (en privados y concertados, sobre todo) y otra de segunda (en los centros públicos, sobre todo de barrios obreros o zonas rurales). Su objetivo se enmarca en la lógica de que “sobran licenciados” y falta mano de obra barata, flexible, “adaptable” y con poca cultura. No vaya a ser que exija sus derechos más de la cuenta.

Mientras tanto, los hijos de la clase dominante estudian contenidos (la verdadera competencia) y no las “competencias” oficiales, a salvo en su guarida de las privadas. Y políticos y gurús de la educación predican que “no todo el mundo puede ir a la universidad” (aunque sí sus hijos, natural y casualmente), a la vez que los grandes medios propagan una “cultura del reguetón” que, a contracorriente del feminismo (también ya) “oficial”, aliena a la juventud y la individualiza, romantizando burdamente la marginalidad y, a la vez, descartando ejemplos de superación existentes en las luchas colectivas de los barrios populares.

El colectivo docente no alza la voz lo suficiente pero, en privado, se muestra escéptico y crítico con el dogma pedagogista (pese a las toneladas de propaganda… y pese al nefasto papel de la izquierda, que se ha tragado la farsa con anzuelo y todo). Cada vez más profesores y maestros se dan cuenta de que, bajo el paraguas discursivo de la “inclusión”, se está excluyendo en los hechos al hijo del obrero de la universidad, porque no se le está preparando para competir en la selectividad (la EvAU), mientras que en los centros de los “niños elegidos” (los privados y los concertados) sí se hace. Quizá también por esto el colectivo docente es sepultado bajo montañas de una burocracia kafkiana e inútil, evitando de paso que tenga la posibilidad y el tiempo material para organizar alguna resistencia a tanta barrabasada.

¿Qué sentido tiene que cada departamento de cada instituto de cada localidad tenga que hacer su propia programación didáctica, modificando tediosa e inútilmente detalles legales que, como en un ridículo juego del gato y el ratón, cambian cada año? ¿Por qué no se centraliza la elaboración de ese material? Ninguna empresa privada podría funcionar así, por una cuestión elemental de economía de escala. Es el equivalente a que cada docente sea “anarcocapitalista” y se fabrique su propia mesa y sus propias sillas. La única explicación es que pretenden destruir la educación pública y subordinarla a un infierno burocrático que paralice a los docentes, los discipline y los desmotive de cara a luchar contra la ola liberal-pedagogista.

Finalmente, como todo el mundo sabe, las calificaciones se inflan artificialmente con mil y una trampas al solitario creadas por los algoritmos del sistema en el que se vuelcan las notas. Además de llegar a ser, en última instancia, irrelevantes, en un contexto en el que se tiende a eliminar la repetición de curso porque, supuestamente, “desmotiva” y “no sirve para nada”. ¿Y pasar de curso sin haber aprendido nada, de qué sirve? ¿Tenerlos toda la tarde (o la noche, como cada vez más jóvenes adictos) jugando a la Play Station y escuchando reguetón “sí sirve para mucho”, pero darles cultura, fortalecerlos, ayudarlos a aprender no sirve para nada? Aunque la pregunta correcta es: ¿a quién sirve cada cosa?

El demagógico aprobado universal que pretenden imponernos, tildándonos de “carcas” y “anticuados” a todos los que se nos opongamos, es, en realidad, una estafa a toda la sociedad. Además del método perfecto para engendrar una generación ignorante y alienada, perfectamente engrasada para la maquinaria empresarial como “trabajadores del siglo XXI”… que se parecerán demasiado a los del XIX, si no nos organizamos para superar el estado actual de las cosas. Costó mucho conquistar la educación pública universal, como para ahora entregarla sin resistencia. Ya es hora de plantar cara a un plan perverso que, lejos de ser accidental, se basa en dos ideas que solía citar el comandante Hugo Chávez: “un pueblo culto es un pueblo libre” (Martí) y “un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción” (Bolívar).

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