Formación

Apuntes de intervención comunista en el movimiento obrero y sindical

Vivimos una dictadura laboral de facto que obliga desde hace ya mucho tiempo a un replanteamiento del propio modelo de sindicalismo en cuanto a métodos de lucha y formas organizativas. La total degradación de las relaciones laborales, con una precarización que facilita la sobreexplotación, la división entre compañeros y la (auto)represión, junto con la ausencia de un movimiento obrero combativo de masas y el endurecimiento de la legislación antiobrera, hacen que no sea exagerado afirmar que hoy se esté en peores condiciones de defensa laboral que en los últimos tiempos del franquismo y durante los primeros años de la Transición.

Esta labor de replanteamiento solo se puede hacer de forma eficaz desde la siembra de organización comunista en ciudades y pueblos, centros de trabajo y barrios. Por tanto, nuestro tiempo militante entre el movimiento obrero no puede ser solo copado por la actividad sindical. Ambos planos, el sindical y el de construcción de organización comunista, obedecen a dinámicas diferentes, debiendo resguardarse el segundo de los límites y riesgos que conlleva el primero (sobre todo, cuando se esté trabajando con compañeros expuestos a la represión laboral y al despido).

En cualquier caso, hay que sindicarse. Nuestra militancia no puede realizar su imprescindible trabajo dentro del movimiento obrero sin estar afiliada bajo una sigla sindical o, al menos, en una plataforma obrera que realice un trabajo sindical. Por regla general, tenemos que estar sindicados con la pretensión de penetrar al máximo en las luchas reales y al objeto de relacionarnos con el mayor número de personas entre el proletariado y otros sectores populares aprovechando las relaciones entre las masas de que gozan los sindicatos alternativos. Pero el sindicalismo alternativo realmente existente no es capaz de garantizar el doble objetivo que nos marcaremos; y, aún menos, una sigla por separado. El criterio de elección del sindicato en que se milite no responde a la literalidad de sus proclamas, sino a su inserción real en la lucha práctica y su grado de flexibilidad y de alejamiento del patriotismo sindical y del burocratismo.

Dentro de nuestra actividad sindical hay que apostar por la confluencia sindical donde progresivamente la propia confluencia gane en protagonismo a la mera suma de siglas. Ese trabajo por la confluencia no puede hacerse solo por arriba reuniendo a las direcciones del sindicalismo alternativo; a menudo, hay que imponérsele a partir de las relaciones forjadas desde la base entre afiliados de distintos sindicatos. Por lo demás, hay que insistir en que ni la propia confluencia sindical cubriría todo nuestro propósito de intervención.

Entonces, ¿cómo podemos intervenir en el movimiento obrero y sindical? La estrategia seguirá una doble línea de actuación:

1.Nuestra labor debe contribuir a reestructurar la clase obrera, hoy dispersa, individualizada y atemorizada sobre todo por los siguientes factores:

a) Las grandes transformaciones empresariales en el propio mundo más industrializado al que pertenece (si no a su “centro” sí a los “aledaños”) el Estado español.

b) La incorporación en el régimen del 78 del sindicalismo más oficialista de CCOO y UGT y, con ello, la progresiva pérdida de la combatividad de los años de la Transición y la imposición de un pactismo sindical de prebendas al servicio, en primera instancia, de una burocracia sindicalera que ha dejado al margen a las grandes masas proletarias, sobre todo jóvenes, o en vía de proletarización.

c) La propia crisis del movimiento comunista y la derrota ideológica que esto supuso frente a la triunfante borrachera “neoliberal”. El movimiento obrero dejó de confiar en su propio argumentario frente al capital: la lucha de clases fue sustituida por la “inevitabilidad” del único modelo posible de economía y de relaciones laborales. Así que, de tenerse el socialismo como modelo superior ya sintetizado por la historia y como conquista programática concreta, se pasó a especular si “otro mundo era posible”.

Dada la dictadura laboral de facto existente, la reestructuración del movimiento obrero no puede limitarse a los centros de trabajo donde –en muchos de ellos– se ha llegado a tal desindicalización, que el solo hecho de reconocerse de un sindicato de clase es motivo de no contratación o de despido. Hoy por hoy es el barrio obrero la región más liberada a ese respecto y donde se pueden fundir compañeros con distintos grados de contratación. Igualmente, el barrio obrero, además de organizar el autopoder por abajo, facilita la dirección proletaria de las luchas populares que provoca la crisis social.

2. Hay que procurar llevar al movimiento obrero al centro de las luchas populares abiertas en el contexto de la crisis general. La dirección obrera deberá ocupar el centro de un nuevo ciclo de movilizaciones que eventualmente se ligase a otra oleada de ataques. Y esto ha de hacerse en contraposición a la dirección que tuvo el anterior ciclo de movilizaciones, que fue ejercida por “sectores intermedios”, pequeñoburgueses –en gran medida, anticomunistas–, que se aprovecharon de la debilidad organizativa e ideológica del movimiento sindical combativo y del propio movimiento por el socialismo.

Debe promoverse dentro de nuestra propaganda sindical y de las movilizaciones obreras y populares la lucha contra las Reformas Laborales (concretamente contra las dos últimas) que garantizan el despido a precio de saldo. Hay que hacer que este objetivo del campo sindical aparezca en el máximo de luchas particulares y movilizaciones.

Al tiempo, y en el contexto de la degradación global por parte de un sistema que se carga a marchas crecientes incluso el sucedáneo que aquí había de “estado de bienestar”, se dan mejores condiciones para planteamientos políticos dentro del movimiento obrero en tanto que tal y en el trabajo por que ocupe el centro de la lucha popular. Unos planteamientos políticos que lleven a cuestionar al capital como organizador de la vida misma y al consecuente (pero previo) cuestionamiento del poder político. El movimiento obrero ha de hacer suya –en el centro de la luchas populares que ha de ocupar– la defensa de la línea de demarcación que enfrenta a la inmensa mayoría de sectores populares con el capital financiero que hay que desbancar (y nunca mejor dicho) del poder real; una línea de demarcación que también enfrenta a esa inmensa mayoría de sectores populares con las exigencias en materia de política económica que la UE impone mediante la utilización de la deuda y las obligaciones presupuestarias.

Este trabajo de politización dentro del movimiento obrero hay que hacerlo de forma insoslayable, acompañando a nuestra estricta actividad sindical-reivindicativa, utilizando para ello los tablones, las revistas obreras, las charlas en locales (y hasta en el bocadillo…).

Ese trabajo político es en realidad el único que, en medio de los sucesivos ataques que con total impunidad viene ejerciendo la patronal en el ámbito estrictamente sindical, en medio, pues, de una sensación de acumulación de derrotas, puede sembrar el ánimo en la victoria.

E. Martín

(Revista Red Roja nº20. Enero 2020)