Internacional

La importancia del análisis internacional*

Debe ponerse el acento en la necesidad de seguir la evolución de las contradicciones interimperialistas como factor mayor que contribuye al desarrollo de la revolución. Hoy en día esto supone principalmente:

1. No sólo reconocer las evidentes diferencias entre el campo imperialista occidental en su conjunto y los países del “tercer mundo”. No contentarse con ampliar esas diferencias a las que cada vez se manifiestan más entre “Occidente” y, por otro lado, Rusia y China, que se creían resueltas tras las nuevas orientaciones de “economía de mercado” en estos países. Nos interesa también identificar las contradicciones –todavía en gran parte ocultas por la diplomacia– que vienen surgiendo tras el fin de la Guerra Fría dentro del propio campo imperialista occidental, principalmente entre el núcleo central de la Unión Europea (UE) y los Estados Unidos. Desde luego, no exagerar diciendo que ya están en guerra, sino describir en qué momento están en la evolución de sus diferencias y cómo las manifiestan, incluidas las guerras a “terceros”, como en el caso de Irak.

2. Crítica de la tesis acerca del poder “supremo” y único del imperialismo USA. EEUU no tiene la fuerza para ser la única potencia sin discusión, aunque sí tiene todavía (y por bastante tiempo) la suficiente para que no haya dos iguales. He aquí una de las características de la actual situación mundial que explica la diferente forma y cobertura y el ritmo descompasado con los que se manejan los diferentes Estados imperialistas. Así, por ejemplo, mientras que el país que está en la base de la Unión Europea, Alemania, va de “tapadillo” y hace aún todo lo posible por no moverse de la foto, los estadounidenses –conscientes de que el tiempo no juega a su favor– embisten a menudo, arrogantes y con descaro, a fin de que sus contrincantes terminen por definirse o simplemente todos vean en él la única potencia estabilizadora, precisamente porque es la que puede poner todo “patas arriba” cuando le venga en gana. La crisis global de hegemonía de los Estados Unidos les lleva a provocar crisis militares como única forma de mantener aquella más allá de la que se deriva de su peso relativo internacional tanto económico como político. Se ven abocados a mantener una inestabilidad internacional permanente para reafirmar y prolongar una hegemonía contestada incluso dentro del campo que históricamente han liderado.

*

El desarrollo de la revolución mundial por la destrucción del capitalismo depende mucho del grado de enfrentamiento entre los propios imperialistas, por lo que de aprovechamiento en diferentes terrenos (político, propaganda, etc.) nos permiten sus contradicciones y peleas y, si estas llegan a traducirse en conflictos bélicos directos, por lo que finalmente pueda conllevar de debilitamiento y destrucción de sus aparatos de represión, de sus instituciones en general. Se puede comprobar históricamente cómo también las peleas entre imperialistas por disputarse sus esferas de influencia favorecen la lucha antiimperialista en los países dominados o neocolonizados. En apoyo de lo dicho, baste reparar en cómo las revoluciones de gran trascendencia mundial –más generalmente, los ciclos revolucionarios– han tenido lugar, cada una a su manera, en el contexto de guerras entre potencias que han supuesto el debilitamiento de Estados nacionales.

La propia Comuna de París en 1871 tuvo lugar mientras los cañones prusianos en Versalles certificaban la derrota y debacle de las institución imperial francesa de Napoleón III; enfrente, Bismarck, no sólo buscaba con su victoria una afirmación tardía del Estado nacional alemán, sino que planteaba, ya por esos años, desde el mismo corazón de Europa, apetitos imperialistas que entraban en competencia con los de los franceses y británicos.

Cuatro décadas más tarde, el movimiento socialista internacional no pudo evitar la carnicería del 14, pero esta dio paso a un largo ciclo revolucionario que se inició con el triunfo de los bolcheviques rusos en 1917 y que incluiría insurrecciones revolucionarias en Alemania y Austria: toda una avanzadilla de una Europa obrera y popular que iba haciendo suya la consigna de “socialismo o barbarie”.

Un tercer ejemplo mayor de la relación histórica entre revolución y conflicto entre imperialistas lo tenemos en la Revolución Popular en China en 1949. Este triunfo tuvo mucho que ver con la habilidad de los maoístas para liderar la resistencia a la cruel y larga invasión de los japoneses, que fueron finalmente derrotados durante la Segunda Guerra Mundial por los norteamericanos, no sin antes haber terminado de llevarse por delante el milenario sistema imperial chino.

Parece claro, pues, que los revolucionarios deben seguir lo más fiel y exactamente posible el movimiento real (no el deseable) de las contradicciones interimperialistas para adecuar su táctica política. Se trata de prever por dónde pueden ir los tiros, la evolución probable de los hechos, para ver dónde debemos poner el acento en lo que respecta a la extensión de nuestra influencia política entre diferentes clases y sectores populares, persiguiendo la consiguiente deslegitimación y debilitamiento del sistema político dominante que favorezca y facilite la movilización de masas contra él. Es necesario aprovechar al máximo los réditos en el terreno de la propaganda revolucionaria que dan las diferencias, contradicciones, objetivos políticos inmediatos contrapuestos, peleas, etc. que puedan ir dándose entre diferentes Estados imperialistas. Y también los que se dan entre sectores dominantes de un mismo país y sus expresiones políticas (partidos, medios de comunicación, etc.); sobre todo, tratándose de países intermedios que son teatro en buena parte de potentes y contrapuestos intereses extranjeros.

En general, no debemos olvidar aquella tesis leninista de que una brizna de verdad que “los de arriba” destapan en sus disputas puede ser más eficaz políticamente para los intereses revolucionarios que la verdad más completa que estos puedan (y que deben) estar denunciando desde mucho antes. Por eso no basta con poner el acento en su misma condición (“todos son iguales de mafiosos…”) aunque, desde luego, suponga un principio necesario de partida para no caer en la supeditación política directa o indirecta a ninguno de ellos y forjar la voluntad de lucha. Necesitamos también contribuir a inculcar la confianza en la victoria, descubriendo sus intereses particulares diferentes (“…pero forman bandas diferentes que se disputan nuestro expolio”) y sus fisuras por donde introducir mejor nuestras palancas a fin de tumbarlos a todos.

En el plano estrictamente internacional, no basta sólo con ver políticas imperialistas por parte de EEUU, por más que sea, sin duda, el imperialismo más agresivo y potente, o sea, el peligro inmediato mayor. Debemos, por ejemplo, desenmascarar mucho más las intenciones imperialistas que se cubren bajo el mito de la construcción europea y que, precisamente, entran en fuerte conflicto con las de aquel país. Y no hemos de considerar –como hasta llegan a hacer los espíritus mejor intencionados– que el problema mayor al que se enfrenta esta Europa en construcción es el que supone las presiones ejercidas por el Imperio (por supuesto, el americano) para que cambie de sistema: hacia un “liberalismo” (of course, anglosajón) en sustitución de un “Estado social de mercado” que, por lo visto, no tiene relación con la expoliación histórica colonial o neocolonial ejercida por nuestro querido continente (incluso durante los “treinta gloriosos”).

El análisis del movimiento real de las contradicciones interimperialistas nos ayudará a atisbar –y esto es fundamental– los posibles índices que muestren que las relaciones entre potencias entran en un período de graves tensiones con probables consecuencias militares, ya tomando la forma de conflictos indirectos y por interposición (conflictos regionales por esferas de influencia: Balcanes, Medio Oriente, etc.), ya directos (del mismo tipo que las dos guerras mundiales precedentes). Claro que, con respecto a esta última posibilidad, hay que considerar los elementos que hoy dificultan que se dé un enfrentamiento directo entre potencias nucleares (y, en general, poseedoras de armas de aniquilación masiva). Evitaremos, pues, toda afirmación a la ligera acerca de que las grandes potencias están a punto de declararse la guerra; aún menos, de que ya se la han declarado. De lo contrario, apareceremos como subjetivistas y poco serios; y lo que, en el caso de algunos, es más lamentable: se desvalorizará todo lo que ha significado haber previsto con tanta antelación (justo después de la implosión de la Unión Soviética, o sea, allá por aquellos tiempos desmoralizadores del “fin de la Historia”) que las contradicciones entre las potencias capitalistas pasarían a un primer plano.

Pero no concluiremos de las dificultades de los Estados imperialistas a enfrentarse directamente que ya no incuban la tendencia al conflicto entre ellas, sino que, precisamente porque no se resuelven directamente, se enconan cada vez más, por lo que buscan e imaginan desesperadamente otras salidas. Y esto conlleva un agravamiento mayor de la inestabilidad y la inseguridad internacionales, no sólo porque aumenta la probabilidad de que dichos Estados fomenten conflictos regionales interpuestos, sino a causa de que puedan organizar o facilitar ataques encubiertos, o hacer la “vista gorda” ante ellos, en el corazón mismo de metrópolis rivales.

Finalmente, se nos impone hacer un seguimiento de los planes de militarización de los Estados imperialistas para asegurar sus retaguardias con todo lo que ello significa de puesta en práctica de planes de contrainsurgencia en nombre de la lucha antiterrorista, etc. La propia suerte de un movimiento revolucionario depende mucho de su táctica ante una evolución de la situación internacional que tiene grandes consecuencias internas en los países del campo imperialista. No en vano, es el movimiento revolucionario el que primero recibe los golpes de la reacción a fin de que esta se asegure retaguardias controladas. No bastará, pues, con posturas de principio ni con el planteamiento de salidas programáticas a largo plazo, sino que estas deberán forzosamente acompañarse de un gran esclarecimiento político en el día a día. Ni siquiera bastará con prever guerras de una forma general, pues antes de que estas lleguen se sucederán planes de represión, campañas intoxicadoras tanto patrióticas como contra las luchas de resistencia imperialistas, que exigirán de los revolucionarios saber disputar a los Estados la capacidad de influencia y movilización en el seno de las diferentes clases y sectores populares.

* Este texto-esquema redactado en 2004 inaugura una serie de escritos dedicados al análisis de la situación internacional. De alguna manera adelanta las tesis principales que al respecto ha de retener, a mi juicio, el cuadro revolucionario y que ya están en la base del punto 5 de La Comprensión como ánimo presente en esta página.

Vicente Sarasa