Exijamos la planificación social del confinamiento
(Intervención del parque hotelero y potenciación de los servicios sociales)
La reivindicación central dentro de las exigencias y demandas que se están produciendo frente al colapso sanitario es que la sanidad sea pública en un 100% y que sea reforzada presupuestariamente empezando por revertir los brutales recortes que se han sucedido en la anterior década. A esta reivindicación central se ha añadido otra dentro del plan de choque sanitario: asegurar al máximo el suministro de material de protección, lo que también incluye la intervención en el ámbito empresarial para asegurar la producción propia dentro de nuestro marco estatal. Todo lo anterior se ha estado convirtiendo en un clamor creciente en la presente coyuntura de alarma sanitaria, y ha sido tratado en anteriores escritos. En la presente entrada vamos a referirnos particularmente a una medida derivada directamente de la necesidad de contener la rápida propagación del virus: el aislamiento.
A nadie se le escapa que esta es una medida fundamental desde el punto de vista estrictamente sanitario para poner a salvo a nuestro pueblo. Aunque precisamente por eso, no puede dejarse únicamente en manos del arbitrio y de la “buena voluntad” del Estado. Pues, como se está viendo y cada vez se verá con más claridad, el confinamiento no es el mismo y no afecta de la misma manera según la clase a la que se pertenezca. Se nos presenta así, a todo el activismo, una importante exigencia: la planificación social del confinamiento.
Solo por el hecho de preservar al máximo la salud del pueblo –entendida esta más allá de la epidemia del coronavirus-, solo por este hecho, habría que evitar prestarse de forma pasiva y acrítica a las normas de confinamiento dictadas por el gobierno. Por supuesto, que hay que añadir a este aspecto sanitario otro asunto no menos importante y que también lo hemos tratado en un anterior escrito. Nos referimos a la necesidad de inmunizarse cuanto antes ante la utilización perversa del estado de alarma, que dicta el confinamiento, para aMordazarnos aún más (1). Por cierto, apuntemos de pasada que esta última cuestión, prácticamente en los mismos términos –es decir, en relación también con una epidemia- no es la primera vez que se le plantea al movimiento revolucionario (2). Pero, como decimos, centrémonos ahora en la cuestión que nos plantea el confinamiento en términos de salud pública, por el coronavirus, sí, pero también más allá de este.
Es un hecho cada vez más tangible que el propio confinamiento está provocando un sufrimiento social añadido que hay que abordar. Las medidas de aislamiento no pueden consistir solamente en el “quédate en casa” sin importar qué ocurre de puertas para adentro. Esto es especialmente grave cuando nos referimos a los sectores más frágiles, dentro de los cuales, pero no solo, están nuestros mayores. Porque para colmo el confinamiento se ha dictado con un parón en seco de los servicios sociales, ya escasos, con los que se venía contando. Particularmente reparemos en el bajón sufrido por todo el espectro de asistencia social que iba a los domicilios de las personas dependientes. Llegan noticias de verdaderas tragedias en curso en el seno de las familias más humildes, esas que no cuentan con segundas y terceras residencias o con vuelo privados para quitarse de en medio.
Así, tenemos a gente joven con la enfermedad, o candidatos a la misma, conviviendo con padres y abuelos a los que se les recomienda ridículamente que… guarden la “distancia social” dentro de la casa. Y tenemos a personas mayores abandonadas solas en sus casas incubando, si no el coronavirus, otras enfermedades incluidas las del ámbito psicológico. Lo que se ha visto en las residencias de mayores está extendiéndose de forma silenciosa y gota a gota en la dispersión de los núcleos poblacionales. Ni siquiera se adoptan medidas especiales –como, por ejemplo, se está haciendo en países como China- para acompañar la cuarentena de quienes son sospechosos, ya por síntomas, o porque regresan de viaje, como es el caso de numerosos turistas o estudiantes que regresan a sus lugares de origen.
Por eso, ante el confinamiento arbitrario dictado por la administración, sería pertinente que el activismo social, que ya está poniendo en marcha de forma tan imaginativa y solidaria las redes sociales de autoapoyo (3), planteara cuanto antes la exigencia de que se intervenga el inmenso parque hotelero al servicio gratuito de millones de familias humildes. Toda una medida, sí, dentro del verdadero rescate social que debemos enfrentar a los únicos rescates falsamente patrióticos que aquí se han venido llevando a cabo: los rescates del parasitismo financiero y de grandes emporios empresariales, con otro más amenazando con caer sobre nuestras cabezas.
Efectivamente, el confinamiento que salva a nuestro pueblo del coronavirus y de sus perversos efectos colaterales (de otras enfermedades, incluidas las psicológicas) debe incluir todo un plan de sostén en términos de asistencia social. El confinamiento que se necesita no es dispersión descontrolada. Implica poner en disposición de las familias la posibilidad de concentrarse en infraestructuras que, al tiempo que aseguren distancias para evitar contagios, garanticen también un acompañamiento de unos servicios sociales potenciados y adaptados a la coyuntura actual de emergencia. Unos servicios sociales, pues, que no solo hay que mantener sino multiplicar con personal especializado y con las medidas de protección extremas requeridas; y con un seguimiento debido, que, en ningún caso, se puede realizar con el precario servicio doméstico existente hasta ahora, que, por lo demás y tal como se ha dicho, ha sido parado en seco.
Dos grandes razones avalan, pues, esta medida de utilización del parque hotelero junto con una potenciación de los servicios sociales. Por un lado, que los miembros de las familias con más riesgo de sufrir graves complicaciones de la enfermedad (generalmente sus mayores) estén a salvo de posibles contagios, al tiempo que se asegure la atención que su situación de dependencia requiere y que esta crisis incrementa. Y por otro lado, se abre también la posibilidad del aislamiento de casos sospechosos, tal y como se ha hecho exitosamente en China, que detenga la propagación de la enfermedad por parte de individuos asintomáticos.
En este sentido, los grandes hoteles con que se cuenta en todo el Estado ejercen un papel de aislamiento más importante incluso que las residencias privadas de mayores, donde, por su propia esencia, lo que se busca es una mayor interrelación entre sus residentes. No en vano, ya hay casos, como el de Alcalá del Valle (Cádiz)(4) en que de manera precipitada ha habido que trasladar a mayores de una residencia a un hotel. Sobran infraestructuras hoteleras –en todo momento, nos referimos a las de grandes dimensiones- con los requerimientos de separación convenientes, con muchísimas habitaciones perfectamente equipadas y aisladas unas de otras, y con la posibilidad de ofrecer en condiciones de seguridad el acompañamiento de asistencia social, sanitaria y psicológica que se impone. Creemos que el amplio parque hotelero español, que tan buenos dividendos da a los grandes empresarios turísticos, garantiza la estancia más que digna para estos amplios grupos de población mencionados. Al fin y al cabo, la planificación social del confinamiento también pone sobre el tapete la inversión de la economía que de forma conjunta se nos plantea con no poca urgencia (5).
El Flamenco Rojo, 25/03/2020
1 https://insurgente.org/el-nudo-gordiano-colateral-del-coronavirus/
2 Lenin, en plena crisis humanitaria por la terrible hambruna que azotó la Rusia de 1891, se negó a colaborar directamente con el régimen zarista en unas medidas paliativas que contribuían a esconder su responsabilidad directa. Nunca permitió que los planes gubernativos infectaran su línea política revolucionaria. Bien al contrario, llamó a reforzar a esta ante la coyuntura de debilidad que mostraba el Estado opresor. Véase Lenin, por Gerald Walter (1962).
3 Al respecto, en Insurgente hay un par de enlaces interesantes: