Cuando otra “enfermedad” nos impide superar la pandemia
(las consecuencias de un sistema digno de ser puesto en cuarentena)
Las epidemias y las pandemias no son algo nuevo para la humanidad. De sobra es conocida la peste negra, que asoló Europa, África y Asia en el siglo XIV, fulminando en seis años a un tercio de la población europea. O, más recientemente, la llamada “gripe española” de 1918, que en tres años segó la vida de 40 millones de personas.
Sin embargo, sí que estamos ante algo nuevo actualmente: por primera vez, la humanidad está preparada para vencer a una pandemia, para acabar con ella ahorrando grandes dosis de sufrimiento innecesario. China, sin ir más lejos, está superando el desafío y dando una lección al mundo. Pues, pese al estupor inicial y a su densidad población, la República Popular prácticamente ha congelado el contador de víctimas mortales.
Además, ha curado a 70.000 infectados y, lo que es más significativo, ha conseguido – pese a sus dimensiones – llevar hasta 0 el número de contagios en un día. Los chinos han demostrado que se puede. Pero nadie es tan optimista en nuestro país: ¿acaso será que aquí prima, sobre la seguridad de la población, lo que Jacinto Benavente llamaría “los intereses creados”?
Ya nadie puede negar que, ante lo que se nos viene, el gigante asiático nos ofrece una valiosa lección y nos da las claves para que nuestro país deje de aproximarse a dos abismos: el sanitario y el social.
Porque ¿cómo explicar, por ejemplo, la falta de mascarillas para nuestros sanitarios? O escándalos como el del Hospital de Igualada, que no puede abrir todas las camas de UCI por falta de personal. O que nuestra curva de contagios y fallecidos, así como la de los italianos, sigan y sigan subiendo, mientras que existen países que, a base de pruebas diagnósticas masivas, han conseguido doblegar la famosa “curva”.
La cacerolada a la familia real evidencia el hartazgo de nuestro pueblo, pero en muchas ocasiones no solamente con la familia real o el gobierno. Es hartazgo frente a unos poderes financieros que fueron rescatados, creando un agujero de deuda; deuda, también, con otros poderes financieros, porque lo dominan todo; y deuda que, para pagarse, obligó a recortar en servicios públicos… como la sanidad. ¿Cómo no van a faltar mascarillas, UCIs, profesionales o pruebas diagnósticas, cuando miles y miles de millones se van cada año para pagar a los banqueros el servicio de la deuda?
Pero eso no es todo, porque, como dijimos, a este abismo sanitario que amenaza la vida de tanta gente se une otro… no menos amenazador. Y es el abismo de una crisis económica que, como un virus, se venía incubando desde antes de este chispazo. De nuevo, como hace una década, volvemos a ver gráficas sobre las caídas en bolsa o la subida de las primas de riesgo. Y, de nuevo, los gobiernos observan esos movimientos declarándose impotentes, mientras millones de obreros temen verse nuevamente en la calle.
Esa es la realidad de nuestro sistema, que se presume fuerte y todopoderoso pero que ni siquiera es capaz de parar la producción dos meses para superar una epidemia, porque… se podría cabrear el niño mimado de “los mercados”. Un sistema que, en ello, muestra su irracionalidad, su debilidad, y su fragilidad. Y al que le gustaría que, como los flagelantes del siglo XIV, nos culpáramos a nosotros mismos de sus desmanes. Por desgracia para él, las rebeliones de los balcones demuestran que ya pocos están dispuestos a suplicarle a su dios del dinero. Pronto a los oligarcas se les acabará la suerte y, al igual que Jesús bajó del madero, los de las cacerolas bajarán de sus balcones…
Manuel Navarrete