Colapso hospitalario
Análisis y Actualidad

Ante el colapso hospitalario, urge cortar la sangría de la deuda

La situación de los hospitales madrileños es ya límite. Dos son los principales problemas. El primero, que las UCI están llenas. Cada vez más pacientes pasan horas sin acceso siquiera a una cama y esperan en sillas de plástico. El segundo, la falta de material. Así, hay trabajadores sanitarios que se fabrican batas desechables con bolsas de basura. Otros se llevan al hospital sus propias mascarillas fabricadas artesanalmente en casa.

Faltan test de diagnóstico, respiradores y EPI (mascarillas, guantes, batas…) a todos los niveles. ¡Incluso les faltan botellas de agua! Es más: los celadores, pinches, lavanderos no tienen ningún material en absoluto, aunque están en contacto directo con los enfermos. Sin olvidar que esta falta de EPI hace, a su vez, hace que los sanitarios continúen contagiándose, pone en peligro sus vidas y hace menguar las plantillas disponibles.

Se está llegando al extremo de que, al igual que en Italia, las UCI no están aplicando ya medicina convencional, sino de guerra. Así, se está preparando a los médicos para que prioricen a unos enfermos sobre otros. Solo serán atendidos en las UCI disponibles los pacientes con más probabilidades de supervivencia.

¿Y dónde buscar la razón de que, mientras China y otros países superan exitosamente este trance, un país como el nuestro, que se jactaba de su “poderosa sanidad”, se vea desbordado? Naturalmente, en los recortes en sanidad aplicados para pagar la deuda y cumplir los dictados de Bruselas.

Así, desde 2011 (año de la famosa reforma constitucional que estableció la prioridad del pago de la deuda a la banca foránea) el porcentaje de PIB destinado a sanidad comenzó a disminuir año a año. En la actualidad, poco podemos presumir al respecto: España ocupa en Europa la posición decimoctava en cuanto a porcentaje de PIB invertido en sanidad. Por supuesto, la sanidad privada se ha frotado las manos ante este retroceso de la pública. De hecho, el gasto sanitario privada se ha ido incrementando año tras año.

Una de las consecuencias del descenso en el gasto sanitario público ha sido la reducción de personal y la precarización del personal sanitario. Los salarios se han reducido 11 puntos, según los datos del INE. Y la temporalidad sigue siendo de un tercio (en esto, como se ve, la normativa europea sí que puede incumplirse). Y todo esto, a su vez, tiene obvias consecuencias en la calidad de la atención sanitaria.

Desde el año 2012, se ha reducido el número de hospitales públicos (a la vez que crecía el de hospitales privados). También se ha reducido el número de camas de hospital y han aumentado las listas de espera, el número de pacientes en las listas de espera quirúrgica y el tiempo medio de espera. El colapso actual es resultado de todo este proceso y suscita comparaciones sangrantes… precisamente con los acreedores que nos obligaron a recortar. Repárese en que Alemania tiene 29 UCI por cada 100.000 habitantes mientras que España tiene… nueve. ¿Es de extrañar que en el tratamiento de los casos más extremos de la enfermedad los resultados sean tan diferentes en cuanto a la tasa de afectados y fallecidos? ¿Quién puede negar la relación de las políticas de recorte sanitario con la actual situación? ¿Quién, y bajo qué intereses, ocultará que ahora estamos peor preparados que antes del 135 y los recortes?

Como se ha venido reivindicando desde sectores del activismo, el decreto de alarma debería haber suspendido el pago de una ilegítima deuda que, a este ritmo, va camino de arruinar al país. Además, como se ha señalado también, las comunidades tienen que repudiar el objetivo de déficit (incluso la propia legislación que implementó dichos objetivos aceptaba tal eventualidad para “situaciones de emergencia extraordinaria”).

Si Italia es España dentro de una semana, los hospitales del resto de España serán los de Madrid dentro de poco. No es exagerado afirmar que estamos ante una situación desesperada, pero la emergencia sanitaria que padecemos no podrá solventarse si continúan malversándose miles de millones cada año para pagar el servicio de la deuda. Pues cada vez está más claro que la deuda es un arma de creación completamente artificial que ha sido utilizada para absorber sectores de la economía de los países periféricos: urge decretar ya su impago. Hasta por patriotismo (bien entendido).

Solo sobre esta base podrá obtenerse la financiación suficiente para contratar al personal necesario, para proporcionar los medios que los profesionales demandan y para recuperar todas las camas cerradas desde 2011. No hay otro camino. Nuestro pueblo, nuestros ancianos no nos perdonarían que los sacrifiquemos, también a ellos, al altar de los sacrosantos “mercados”.

El Flamenco Rojo